Crítica a la actual situación de la agricultura valenciana

1/14/20258 min leer

“Si no quieres estudiar, terminarás trabajando en el campo”

Seguramente, esta debe ser la frase más escuchada por los adolescentes de los años 80, 90 y 2000. De hecho, yo fui uno de esos muchos que la escuchó de sus padres. Pero, ¿qué implica realmente esta frase, que a simple vista parece inofensiva? La defenestración de nuestros padres hacia todo lo que, hace no tanto tiempo, enriquecía al País Valencià, especialmente en las zonas de regadío. Treinta años de menosprecio hacia nuestro sector primario, que es el sustento de nuestra comunidad, han traído consecuencias devastadoras, como el hecho de que la edad media de nuestros agricultores y ganaderos sea de 64,4 años. ¿Cuál es el resultado de esta situación? ¿Qué futuro le espera a la agricultura valenciana? Lejos de buscar respuestas superficiales, es fundamental recorrer el camino que ha llevado a la agricultura a su estado actual y comprender los factores que nos han conducido a esta crisis sin precedentes.

No se trata solo de la problemática social derivada de la falta de relevo generacional, esta situación también conlleva riesgos medioambientales. Los datos del último año indican que hay 6.437 hectáreas abandonadas sólo en el País Valencià. Esto significa que una de cada tres hectáreas abandonadas a nivel estatal se encuentra aquí, en nuestra región. Además, en los últimos años, hemos perdido casi la mitad de las explotaciones agrarias y la superficie dedicada a la agricultura se ha reducido en un 11%.

Comenzar en el campo no es fácil: se requieren recursos, tierra, maquinaria... una inversión considerable, económicamente hablando, que no todos están dispuestos o en condiciones de realizar. La mayoría de los agricultores y ganaderos continúan con la explotación familiar, heredando tanto la tierra como los recursos necesarios. No obstante, lo que más desalienta a los jóvenes que desean incorporarse al sector agrícola desde cero —o no— es la inestabilidad económica que conlleva ser agricultor o ganadero. La fluctuación de precios en la mayoría de los cultivos es bastante pronunciada, y resulta comprensible que, ante la seguridad de un salario mensual en otros sectores, sea complicado que alguien quiera asumir el riesgo de invertir su dinero en el campo. Entre estos riesgos se incluyen el contexto del mercado global en el que operamos, las constantes inclemencias meteorológicas y las plagas, que son cada vez más comunes debido al cambio climático, además de la escasez de recursos para enfrentarlas. Estos dos aspectos —el desprecio hacia la profesión agrícola y su creciente falta de rentabilidad—son fundamentales para comprender el escaso relevo generacional que enfrenta la agricultura en la actualidad.

Sin embargo, los nuevos agricultores que se están incorporando, o mejor dicho, los más jóvenes que ya llevan algunos años en el mundo agrario, suelen tener una formación muy alta debido a las nuevas normativas y a la alta tecnificación del sector. La profesionalización del mismo es, de hecho, fundamental. La imagen de "paleto de campo" que todavía persiste en parte de la sociedad, fruto de la desvalorización que nosotros mismos fomentamos en su momento, dista mucho de la realidad actual. Los agricultores y ganaderos de hoy se encuentran en constante formación sobre nuevas normativas, técnicas de cultivo y variedades. Aun así, a pesar de estar mejor preparados, estos profesionales enfrentan una serie de problemas tanto estructurales como coyunturales que marcan el día a día de la agricultura.

El modelo valenciano

El tipo de agricultura que tenemos en el País Valencià sigue un modelo familiar y de pequeñas y medianas explotaciones. El famoso minifundio. En la actualidad, contamos con aproximadamente 100.000 explotaciones agrarias, de las cuales más del 80% tienen una superficie agraria útil de menos de 5 hectáreas, y solo un 10% del total posee más de una UTA (Unidad de Trabajo Agrario) al año.

Esta tipología de explotaciones presenta dos grandes inconvenientes: los costes de producción son más altos que en grandes extensiones y la fragmentación de la tierra genera problemas a la hora de agrupar la oferta para hacer frente a los grandes gigantes que controlan la cadena agroalimentaria. Asimismo, la falta de una cultura de gestión común de la tierra (el agricultor valenciano siempre ha querido hacerlo todo por su cuenta) y el apego a los terrenos, que con mucho esfuerzo nos han legado nuestros antepasados, hacen que aquí vayamos a contracorriente de las tendencias que se observan en otros países europeos, como es el caso de las concentraciones parcelarias. Lo más habitual es que un agricultor valenciano tenga muchas parcelas pequeñas o medianas distribuidas por todo el término municipal o incluso en varios términos. Esta fragmentación provoca que se pierda mucho tiempo yendo de una a otra y dificulta inversiones como el riego por goteo, que no está implantado en todas las comarcas de la Comunidad Valenciana.

Así como hablamos de la tipología de las explotaciones, también podemos abordar la clasificación de los agricultores para identificar las problemáticas que enfrenta cada uno de ellos: el agricultor a tiempo parcial y el agricultor profesional.

El agricultor a tiempo parcial es aquel que tiene una pequeña explotación que en el pasado mantenía a su familia, pero que hoy en día no es suficiente para vivir y necesita tener otro trabajo. Lamentablemente, este tipo de agricultor está en peligro de extinción, ya que es muy difícil seguir el ritmo de las nuevas normativas, tecnologías, cultivos y la formación continua necesaria.

El agricultor profesional, en cambio, vive o intenta vivir de su explotación, incorporando todas las novedades y las nuevas maneras de trabajar que se investigan. Es el tipo de agricultor o ganadero que se mantiene en formación continua, aprovechando innovaciones como el uso de drones en los cultivos, nuevas técnicas de siembra, o la investigación en variedades más adaptadas y demandadas por las centrales de distribución. Aun así, estos profesionales están condicionados por muchas normativas, la mayoría derivadas desde la Unión Europea, que complican el día a día de sus labores. Normativas que nos obligan a pasar demasiadas horas delante del ordenador y que nos quitan tiempo para hacer lo que realmente nos gusta: cultivar y cuidar nuestras parcelas y campos.

Pero más allá de las normativas europeas, nos enfrentamos a dos amenazas que realmente ponen en peligro la agricultura valenciana. Por una parte, los fondos buitre, siempre dispuestos a comprar e invertir en fincas de media y gran extensión, comprando terrenos para agruparlos. Por otro lado, las macroplantas fotovoltaicas, que en muchos lugares y ante la baja rentabilidad del campo, pretenden destruir nuestro territorio para instalar placas solares, eliminando así la biodiversidad y los terrenos cultivables que aún mantienen el paisaje característico de nuestras regiones, tanto en el interior como en las zonas de regadío costeras.

“Reinventar la comercialización”

Avanzamos en la cadena agroalimentaria para pasar a la comercialización, que igual que la producción, cada vez es más complicada. Antes existía una gran variedad de opciones para vender la fruta: cooperativas en casi todos los pueblos que defendían el producto de sus socios, mercados de abastos en todas las capitales de comarca, y la tradicional “tira de comptar”, donde todas las fruterías y verdulerías se abastecían para cubrir la demanda local.

La competencia entre todos estos canales ha hecho que, poco a poco, los grandes comercializadores hayan crecido en detrimento de los pequeños. Así, la competencia se ha reducido y ahora permite que las grandes empresas puedan presionar los precios a la baja. Muchas cooperativas de muchos pueblos han desaparecido al no poder competir con las grandes cadenas de supermercados, que quieren fruta durante todo el año. Es preciso en este momento hacer un paréntesis para destacar que la demanda de frutas y verduras frescas durante todo el año no es del todo compatible con los frescos nacionales, ya que muchas producciones son cultivos estacionales o de temporada, es decir, productos perecederos que no se pueden almacenar durante largos períodos de tiempo. De este modo, para poder ofrecer a los consumidores fruta y verdura durante todo el año —sea o no de temporada—, las grandes superficies se ven obligadas a recurrir a la importación, ya sea de Europa o de países terceros.

Aquí también es importante remarcar la competencia desleal con estos países terceros y la situación de desventaja que sufren los agricultores nacionales. Estas importaciones no cumplen con la normativa fitosanitaria, los derechos laborales ni la seguridad alimentaria de Europa. Además, se ven favorecidas por tractados internacionales, como el de Sudáfrica o el reciente alcanzado con Mercosur.

Aun así, hay una pequeña parte de nuestros agricultores y ganaderos —los inquietos, los incansables— que buscan alternativas y nuevas formas de comercialización para dar salida a sus producciones, como puede ser la venta directa al consumidor. Este modelo está cada vez más aceptado por la sociedad, hartos de precios abusivos y de ser estafados con el origen del producto, así como otras malas prácticas que ocurren en las grandes superficies. También existen los mercados de venta no sedentaria, tanto los tradicionales como los de nueva creación, pero el mismo sector está convencido que vender de esta manera no es ni la solución ni la salvación de la agricultura valenciana.

Después de este repaso… qué atractiva resulta la agricultura, ¿no?

Revertir la tendencia negativa

Para hacer una radiografía real de la agricultura valenciana no podemos pasar por alto uno de los aspectos más críticos: la incidencia cada vez mayor de las plagas a causa del cambio climático. Por si esto no fuera bastante, los agricultores tenemos cada vez menos herramientas fitosanitarias para combatirlas. No es comprensible que desde la Unión Europea se imponga una política de restricción progresiva de las “medicinas” de los cultivos, sin apenas estudios sobre el impacto que tienen en la agricultura, mientras que firman acuerdos comerciales internacionales que permiten la entrada de productos de otros países sin ningún tipo de control fitosanitario. Y así lo demuestran las continuas intercepciones de plagas y enfermedades en las importaciones que el sector denuncia.

Pero tampoco podemos olvidar que una parte de la culpa también la tienen los consumidores. Una sociedad que, hoy en día, ya no compra en tiendas de barrio para acudir a la comodidad de los grandes supermercados, donde sí, hay de todo, pero con una procedencia dudosa. Y este es el inicio de una rueda, de la pescadilla que se muerde la cola: la mayoría de la genta compra en supermercados porque ofrecen productos baratos, pero los mismos supermercados para poder ofrecer esos precios, presionan a la baja a los comercializadores, que a la vez presionan a los productores. Esto provoca que, ante la falta de rentabilidad de los cultivos, muchos agricultores abandonen sus explotaciones y los jóvenes pierdan los alicientes para incorporarse al sector. Y así se cierra el círculo, que provoca más y más abandono de nuestras tierras, atacando nuestra soberanía alimentaria y haciendo que dependamos de otros países con una trazabilidad dudosa y una precarización creciente. Todo esto contribuye, además, a problemas medioambientales: el abandono de cultivos implica que ni se pasturan los bosques ni se cultivan las tierras más desfavorecidas, convirtiendo estos espacios en polvorines que hacen que los incendios que tenemos año tras años sean más virulentos que nunca.

Cambiar la situación que vive la agricultura no se producirá del día a la noche. Es el resultado de una serie de cambios de todo tipo y en todos los aspectos que se han producido a lo largo de muchos años, y que han llevado a la agricultura valenciana a su situación actual. Pero está en las manos de todos, como sociedad, salvar la agricultura y la ganadería valenciana. En los pequeños detalles de nuestro día a día, como consumir más fruta y verdura, observar el origen de los productos que compramos, optar por frutas y verduras de temporada y pagar precios justos que no devalúen el trabajo de los agricultores. Podemos marcar la diferencia. Aunque parezca insignificante, cada acción, por pequeña que sea, cuenta, y podemos contribuir a ayudar a aquellas personas que se desviven cada día para mantener y conservar nuestro territorio.